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El calendario anunciaba la llegada de un nuevo septiembre y con el la “vuelta
al cole”. El verano daba sus postreros coletazos y todo parecía rebosar luz, alegría y fe-
licidad. Sin embargo, el comienzo de curso no fue como cualquier otro. En el ambiente
se palpaba un cierto halo de preocupación.
El primer día ya en clase, tras los saludos de rigor, comenzamos a hablar del
verano: viajes, actividades, experiencias, vivencias,… ¡Fue inevitable!:
-Maestra, ¿tú dónde estabas el día del incendio?
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que me removieron la conciencia. La mayoría estaban esa tarde tan aciaga en Ma-
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había otros niños y niñas que se enteraron en París, en Madrid o en diferentes lugares
y, todos y todas, contaban angustiados que se habían puesto muy tristes, que habían
llorado y que querían regresar cuanto antes, por si ellos o sus familias podían ayudar en
algo.
-Maestra, yo le pregunté a mi padre por qué estaba todo ardiendo, pero decía que no
sabía explicármelo.
Había tantas cosas que no comprendían, ¡resultaba tan lamentable observar
esas caritas ávidas de explicaciones!, unas explicaciones que, por otra parte, nunca
iban a poder satisfacer su infantil curiosidad.
Con unos comienzos así, el tema de la publicación este curso venía rodado. La
educación medioambiental es un proceso que dura toda la vida y que es necesario abor-
dar desde la infancia ya que, desde el momento en que los niños y las niñas sean ca-
RCEGU FG KFGPVK¿ECT [ CRQTVCT RQUKDNGU UQNWEKQPGU C NQU RTQDNGOCU CODKGPVCNGU VCODKoP
serán capaces de tomar actitudes y decisiones responsables cuando sean adultos.
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