Recreando a Platero
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C.E.I.P. Zenobia Camprubí
-Habrá que venderla, hija; no
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hay otro remedio.
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Yo lo comprendía porque
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a mi casa no podíamos lle-
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varla (yo vivo en un piso,
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Platero, y en los pisos no se
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pueden tener animales y, mu-
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cho menos, una yegua). Me
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abracé a mi padre y rompí a
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llorar. ¡No quería separarme de Luna por nada del
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mundo!.
m o mmm o A los dos o tres días, vino un forastero a mi
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casa preguntando por mi abuelo. Yo enseguida me
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imaginé que venía por Luna, así que me encerré en mi
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habitación y nunca quise saber qué fue de la yegua
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Todavía hoy, casi dos años después, cuando
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llego al campo, me parece que va a venir a recibirme
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como solía hacer siempre y no puedo evitar que las
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lágrimas resbalen por mi cara.
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